En este Día de la Mujer, reflexionemos no solo sobre los logros y desafíos, sino también sobre la trágica realidad que algunas mujeres enfrentan. No es justo que, en pleno siglo XXI, algunas sean víctimas de violencia extrema, incluso llegando a perder la vida de manera tan inhumana, siendo arrojadas como si fueran desechos.
Cuando hablamos de maletas, deberíamos pensar en ellas como compañeras de viaje para el disfrute y la felicidad, no como utensilios de ocultamiento de historias trágicas. Cada mujer merece ser tratada con dignidad y respeto, y es hora de que reconozcamos el valor incalculable que aportan a nuestras vidas.
En nuestra sociedad, las mujeres son la raíz de la vida y la fuente de amor incondicional. Nacemos de ellas, nos enamoramos de ellas y vemos la divinidad encarnada en cada hija que llega a este mundo. La sonrisa de una mujer ilumina nuestras celebraciones, y sus lágrimas nos recuerdan la responsabilidad que tenemos de proteger y nutrir su bienestar.
En lugar de perpetuar actos atroces, celebremos la fortaleza y la resiliencia de las mujeres. Reconozcamos que su presencia es un regalo inestimable en nuestras vidas. En este Día de la Mujer, aboguemos por un mundo donde ninguna mujer tenga que temer por su vida, donde su seguridad y bienestar sean prioridades irrevocables.
Cambiemos la historias y hagamos de este día una afirmación de respeto, amor y reconocimiento hacia las mujeres, honrando su papel esencial en la construcción de un mundo más humano y compasivo.